Por definición, la pérdida de un ser querido a quien se le amó y acompañó durante toda la vida implica un duelo, es decir, se necesita transitar por un proceso psicológico que todos, más tarde o más temprano, hemos vivido y viviremos a lo largo de nuestra existencia.
Entonces, la pérdida fortuita de los apegos provoca un duelo con características e intensidades diversas que dependen de la personalidad y circunstancias del individuo quien lo vive, esto es, del grado de vinculación emocional, de la propia naturaleza de la pérdida y de la forma de ser y la historia previa de cada persona.
El duelo es un camino de transcurso de algo impredecible que, aunque se encuentre asociado directamente a la muerte, también abarca a otros ámbitos de la vida, tales como pueden ser la separación de una pareja, un cambio radical de estatus profesional, e incluso de domicilio, una merma funcional, entre otros aspectos.
Aceptar lo inevitable
Lograr empatizar con la idea de una vida sin contar físicamente con esa persona que nos ha dejado para siempre es algo sumamente complejo y difícil de aceptar. No somos capaces de saber cómo vamos a reaccionar hasta que sobreviene el corte final inevitable de la muerte. Simplemente, nos cuesta un mundo.
El duelo tiene muchos matices y rostros, y siempre se vive de maneras distintas y nuevas. El proceso puede conllevar a una situación emocional nunca antes vivida, con una intensidad difícil de expresar con palabras para quien no la ha sentido dentro de sí.
Es más, sin importar el tiempo que pase, es posible llegar a hundirse hasta quedar estancados e inmóviles ante el duelo. Si bien sabemos en nuestra cabeza que la persona a quien hemos acompañado en vida y en enfermedad va a morir inexorablemente, nos cuesta asumirlo de la misma manera en nuestro corazón.
Estancarse en el duelo
Repetimos, no importa cuánto hayamos vivido al lado de la persona quien ya no está, el fallecimiento no es algo que tenemos asumido, de modo que, cualquier sentimiento que aflore en esa etapa será distinto a lo que experimentaremos a partir del momento de la despedida.
En ese instante será cuando realmente comience el duelo, y habrá que sufrirlo con todas sus etapas, con sus sentimientos inherentes y las vivencias que aparecen por el camino. Esas fases pueden suponer momentos duros, situaciones de desesperanza, tristeza o rabia.
A pesar de que cada persona las vive de una manera completamente subjetiva y particular, existen algunos patrones que, más o menos, pueden ayudar a saber en qué nivel nos encontramos.
Sin embargo, ante la complejidad emocional que implica perder a un ser querido, la posibilidad de perpetuar la sensación de duelo, de no avanzar psicológicamente y de convertir a ese abanico de sensaciones en algo estructural es una posibilidad real.
Prevención emocional
Al igual que en otras tantas situaciones de la vida, cuando se vive un duelo, la prevención resulta más importante que la cura; porque, estancarse en el duelo también tiene su proceso. No es algo que se da por arte de magia, de la noche a la mañana ni mucho menos.
Se debe evitar caer en el error de convertir a la persona fallecida en un tema del que no se hable, ya que, ello podría favorecer que esa sensación de forzarnos a mantener el tema tabú se nos quede clavada en el alma.
En conclusión, estancarse en el duelo es una situación que debe abordarse de manera frontal. Mantener en el tiempo a esas sensaciones impide avanzar, por lo que es preferible cortar con esto de raíz. Cuando llegue ese momento, lo mejor es buscar ayuda profesional.
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