La muerte de un ser querido trae consigo un sinnúmero de consecuencias derivadas del propio dolor que causa la pérdida. El fallecimiento de un ser amado hace que se inicie entre sus deudos y amigos un proceso de duelo que, entre otras cosas, implicará momentos de profunda tristeza y de una gran complejidad emocional para quienes le sobreviven.
Sin embargo, cada caso y cada circunstancia es diferente. Incluso, no es necesario estar vinculado sanguíneamente a esa persona que se fue para siempre para atestiguar y vivir de primera mano el inmenso dolor que causa la partida.
Es este el caso de los cuidadores profesionales, quienes aunque están preparados para afrontar cualquier situación, no dejan de ser seres humanos sintientes.
¿Quiénes son los cuidadores?
Se trata de personajes que cobran una gran relevancia, sobre todo en enfermedades prolongadas o personas mayores a quienes se les dificulta enormemente valerse por sí mismas.
A partir de su experiencia profesional, los cuidadores acreditados intentan convertirse en una extensión del cuerpo de la persona convaleciente, con tal de asegurarse de que pueda llevar una vida más confortable, reciba siempre la atención y cuidados que su situación de dependencia requiera y, además, se ocupe de todo, de que no le falte algo.
Primer acercamiento
Las personas quienes dedican su vida a cuidar enfermos, pueden y deben conocer de un día para otro al paciente con quien van a trabajar, y así tener ese primer acercamiento tan esencial en la relación que se va a establecer.
Dicho vínculo pasa a convertirse en uno sumamente estrecho y directo, aunque ambas partes se conozcan de manera fortuita, en el que la confianza mutua y la comprensión deben privar y estar a flor de piel por ambas partes, y en la que la persona a cargo de los cuidados deberá dedicarse por completo.
Hay que recordar que este no es solo un empleo más. De hecho, estas personas no son colegas de trabajo sin más, sino que las peculiaridades de la ocupación convierten a estos nexos en uniones que hay que cuidar y proteger a toda costa.
Se trata de una cuestión vital. Si el cuidador no realiza bien su trabajo, si no está pendiente del enfermo, si se ausenta, el paciente se verá sumido en una situación de extrema vulnerabilidad. Por tanto, la confianza debe ser total.
Muchas veces, el grado de la misma provoca que este acuerdo profesional termine por convertirse en una amistad muy profunda, y que se establezcan grandes relaciones personales que trascienden lo laboral hacia otra dimensión.
Relación cuidador – enfermo
Tal y como ya se ha dicho, cuando un cuidador acepta el trabajo de velar por una persona cercana a despedirse de este mundo, ello puede implicar que termine involucrada personalmente en un proceso de duelo cuando llegue el momento final.
De hecho, las enfermedades prolongadas o estados de salud debilitados, sobre todo en edades avanzadas, dan lugar a lo que se conoce como el duelo anticipado.
El duelo anticipado es esa sensación que produce el estar tanto tiempo cerca de una persona, plenamente consciente de que, en cualquier instante sobrevendrá lo peor. Sin embargo, este mismo hecho puede ayudar a ir asimilando la realidad de a poco.
Y es que, sin ser en principio familiares o amigos del enfermo, los cuidadores fungirán como garantes de que el individuo en cama pueda despedirse, e incluso cierre cualquier posible asunto pendiente a partir de la empatía.
Es por esa proximidad por la que el papel del cuidador es tan importante: él o ella serán las personas que más tiempo pasen junto a aquel cuyo fallecimiento es inminente, quienes le acompañen hasta el último suspiro.
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