Afrontar una muerte inesperada. El duelo precipitado

Afrontar una muerte inesperada. El duelo precipitado

Todos hemos sufrido la pérdida de un padre, de una madre, abuelo, hijo o de cualquier otro ser querido. Una vez que sobreviene la muerte inesperada de quien nos acompañó durante toda nuestra existencia, todo se nubla a nuestro alrededor, y el sentimiento de duelo y de la más honda tristeza se precipita sobre nuestras cabezas.

Sobre todo, si se trata de un fallecimiento inesperado, que no logramos comprender, pero, cuya realidad sencillamente nos aplasta. Por tanto, estas líneas irán dirigidas hacia las generalidades del proceso de duelo que se desencadena tras un deceso fortuito, las sensaciones características, cuánto dura y la manera de afrontarlo.

La muerte repentina parece irreal

Tras la muerte de un ser amado, lo primero que el deudo experimenta es una inenarrable sensación de irrealidad. Lo más característico de una muerte inesperada es la pugna que se tiene con esta sensación.

Sin embargo, hay casos en los cuales el doliente no siente o manifiesta dolor por la muerte de un familiar o amigo cercano desde el primer momento. Normalmente, se pudiese llegar a creer que una persona que se mantiene serena y en calma después de la fatalidad lo hace por frialdad, pero no es así. Sencillamente, le cuesta creer y se niega a aceptar que lo peor ha sucedido.

En la mayoría de estos casos, este tipo de reacciones obedecen a mecanismos de defensa innatos del individuo, que resultan básicos para protegerse del dolor. Y es que, nos es imposible afrontar de golpe lo que no estamos preparados para soportar.

Estos mecanismos internos de defensa y protección dan tiempo a la mente y al cuerpo para que procesen lo sucedido. Por tanto, se trata de unos puramente biológicos y necesarios. Ahora bien, dicho esto, cabe la pregunta: ¿cuánto tiempo dura el duelo para una persona tras una muerte súbita de un ser querido?

Cuánto dura el duelo tras una muerte súbita

El tiempo que una persona vive su propio duelo es relativo. Cada individuo tiene unos tiempos para afrontar la realidad de la muerte, mismos que deben ser respetados.

Porque, cuando se trata de una muerte súbita, seguramente el deudo va a requerir de un lapso mayor de tiempo para lograr entender lo ocurrido y, en consecuencia, su energía se enfocará más en este proceso que en cualquier otro.

Se sentirá arropado con el negro manto de la angustia, del dolor, de la incapacidad de comprender lo que pasó, e incluso ello le genera una enorme sensación de inseguridad devenida de esa inmensa soledad que le queda en el alma.

No podemos negar lo difícil que resulta asimilar la muerte. La realidad se columpia en un constante vaivén, ya que, esa misma sensación también es parte esencial del proceso de aceptación y de adaptación para el futuro. Porque, sea como sea, la vida continúa.

No obstante, una muerte repentina trae consigo una mayor dificultad para adaptarse. De hecho, es bastante frecuente escuchar a los dolientes contar cómo la cruda realidad les sacude hasta los huesos, de repente, por oleadas, alternándose con la sensación de estar viviendo una verdadera pesadilla.

El duelo y el sentimiento de culpa

También, durante el período de duelo de una persona es habitual y natural que aparezca el sentimiento de culpa, que el doliente se sienta responsable por no haber llegado cinco minutos antes a casa y haber podido reanimar al fallecido, por ejemplo, o haber sido él mismo quien condujese aquel vehículo estrellado.

Es aquí cuando la culpa se transforma en otro mecanismo, esta vez, no de defensa, sino más bien de control sobre la vida y la muerte. Buscamos en nosotros, en nuestra responsabilidad, el sentido y el por qué de una muerte repentina que nos cuesta manejar, entender y trascender.

 

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